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Héroes invisibles

  • Foto del escritor: María G. Escrig
    María G. Escrig
  • 7 sept 2018
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 26 sept 2019

Una palabra, una voz, una imagen. Todo cuenta. La información no entiende de horarios. El servicio que la ofrece a la sociedad tampoco. En la televisión del bar al que vamos a tomar unas cañas con los amigos; en la portada de cualquier periódico expuesto en el kiosco de nuestro barrio; en la radio que escucha el conductor del autobús que nos lleva a casa. El periodismo está presente, aun cuando no nos damos cuenta. Es uno de esos factores vitales a los que echamos de menos cuando faltan.


De niña, nunca tuve en cuenta el carácter esencial de la comunicación en nuestras vidas. Siempre miré con ojos de admiración a los astronautas, investigadores científicos, médicos, empresarios, agentes de policía y hasta futbolistas. Ver cómo movían y mueven el mundo generaba aún más dudas por saber en qué quería llegar a convertirme. Fue, quizás, mi carácter el que rechazó toda clase de posibilidades que hacían crecer, aún más rápido, mi indecisión. Un carácter que siempre ha buscado ofrecer un servicio indispensable a una sociedad marcada, constantemente, por altibajos. Alguien que viviera por y para las personas. En eso quería convertirme.


En Primaria disfruté de unos años llenos de aprendizaje básico. Sin embargo, también fueron años que me ayudaron a ir descubriendo aquello que siempre ha formado parte de mi identidad. En concreto, a los 10 años, tuve que exponer un trabajo muy simple sobre los flujos migratorios. Una cartulina azul, tamaño A2, fue mi compañera de presentación. Sobre ella había cuatro fotos mal pegadas y un texto con letra grande y torcida que explicaba algunos términos básicos sobre este tema. Para mi sorpresa, resultó ser la mejor exposición oral que había hecho hasta entonces. Mis compañeros fueron los primeros en darme la enhorabuena y en destacar lo bien que se me daba buscar las palabras adecuadas para hacer que el tema se volviera aún más atractivo a ojos del público. Este hecho fue precisamente el que me motivó y me hizo sentir orgullosa de una cualidad que había desconocido tener hasta entonces.


De esta manera, empecé a valorar de verdad la labor de muchos profesionales que, a través de cualquier medio, dan a conocer novedades astronómicas, descubrimientos científicos, avances médicos, inversiones empresariales, intervenciones policiales o resultados deportivos. Porque, gracias a ellos, la población es capaz de conocer y reconocer todo el conjunto de circunstancias que conforman el mundo en el que vivimos.

Comencé a admirar a periodistas de todos los ámbitos. Me di cuenta del esfuerzo y la persistencia que hay detrás de las historias que vemos, escuchamos o leemos. Y que, más allá del contenido, la forma en la que este es comunicado es primordial. Cuando uno, por lo tanto, lo tiene en cuenta, el periodista deja de ser invisible y es considerado un héroe para esta sociedad.



Foto: Bernstein y Woodward en 1974. (Fronterad.com)

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