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  • Foto del escritor: María G. Escrig
    María G. Escrig
  • 6 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

A Yraya,

por inspirarme tanto tantísimo

13/04/2020


Hace trece años, crucé miradas con una niña asustada. Llegaba nueva al colegio y se mostraba desorientada. Sin embargo, no le di mucha importancia. La alegría de reencontrarme con mis antiguos compañeros me cegaba. Ya íbamos a segundo de Primaria. Y así de mayores nos creíamos.

Esa niña resultó ser mi compañera de mesa. Lo que no sospechaba era que ella estaría a mi lado en mis peores penas. Una inocente amiga de infancia que acabó siendo como una hermana. De la niña asustada ya no queda nada: hora es una mujer divertida y con las ideas claras. Una amante de la vida que desprende fortaleza y confianza.

De ella he aprendido a seguir. Siempre hacia adelante. Con ella he descubierto en cada instante un motivo para vivir. Ella es un alma libre que se dedica a sentir. Una mujer dispuesta a crecer y a compartir. Cuando la veo, solo siento alegría, a pesar de los duros momentos que lleva arrastrando desde que era una niña.

Hace trece años, ella me cambió la vida. Para entonces, yo no lo sabía. Pero esa niña sería una gran compañera de fiestas, bailes y alegrías; de viajes, aventuras y risas; de consejos pasados por lágrimas; y rayadas llenas de rabia. Ella siempre me dice que no debo ir con prisas. Que en esta vida, siempre hay tiempo para escucharse a una misma. Que lo más importante es quererse, a pesar de los errores. Que lo esencial consiste en entretenerse con las propias pasiones.

Sentirse perdida no resulta tan malo si una lucha por encontrarse. Ella no para de hacerlo, aunque ni falta le hace. Esa niña que conocí hace trece años. Esa mujer que hoy cumple 21. Esa chica a la que quiero y admiro desde que apareció en aquel momento oportuno.

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