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Ayuda

  • Foto del escritor: María G. Escrig
    María G. Escrig
  • 27 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 7 sept 2020

Los temas tabú me inspiran más que nada en este mundo. Hay que aprender a hablar de ellos: especialmente en el seno de una sociedad que los esquiva a toda costa. Dejémonos ya de tanto aparentar y aprendamos a pedir ayuda.


Las enfermedades mentales paralizan la vida de millones de personas. Todo se les viene encima y se ven incapaces de abarcar tanto sufrimiento. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), España es el cuarto país europeo en el que se dan más casos de depresión (supera los dos millones). Se calcula, además, que esta enfermedad afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. Muchas veces, se ve relacionada con otros trastornos mentales que implican grandísimos esfuerzos personales para llegar a superarlos. Quererse a uno mismo supone un verdadero reto en el ámbito de las sociedades occidentales. El amor propio se reduce a la imagen física que luce de cara los demás. La definición simplificada de delgadez como síntoma saludable es un detonante que ha causado mucho daño.


Este es un testimonio real. Tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con una joven (cuya identidad no voy a desvelar por aquí) que acaba de superarse a sí misma, tras una lucha interminable contra diversos síntomas anoréxicos (primero) y bulímicos (después).

Con total soltura y naturalidad (y alguna que otra lágrima disimulada), me dijo: "Al finalizar mis estudios de Bachiller, decidí tomar el control absoluto de mi vida. La nueva etapa universitaria sería la ocasión perfecta para formatear mi identidad y ser la mejor versión de mí misma.


Cometí un tremendo error: exprimí al máximo las vacaciones de verano para ponerme a dieta y aquello se me fue de las manos. Me obsesioné tanto con mi objetivo que puse cualquier medio con tal de conseguirlo. Comía poco y muy muy sano: fruta, verdura o proteínas ligeras. Fueron tres meses matadores. Hacía deporte día sí y día también: incluso cuando nos íbamos de veraneo a la playa. Me pesaba cada día y la agotadora costumbre acabó por perseguirme cada media hora. No podía rendirme: siempre podía adelgazar un poquito más. Aquello me persiguió durante semanas. Fue estresante y abrumador. Sentía que me ahogaba. Hasta dejé de lado ciertos planes para evitar ingerir calorías: renuncié a alguna que otra merienda, barbacoa o cena. Me sentí aún peor conmigo misma. Yo solo quería quererme. La desesperación me llevó a tener que gestionar una doble vida. Gracias a lo que había visto en películas, probé a meterme los dedos en la garganta. No recuerdo exactamente cómo ni cuándo fue la primera vez que lo hice, porque enseguida me acostumbré a hacerlo semanal e, incluso, diariamente. No era (o no quería ser) consciente del peligroso terreno en el que me había metido.


Al arrodillarme frente a la taza del inodoro por vez primera, me preguntaba: '¿Qué narices estoy haciendo?' Pero otra parte de mí deseaba experimentarlo. Era realmente fácil: comía bien para paliar el hambre y luego lo vomitaba a escondidas. Ya está. Esta práctica me ayudó a llevar lo que yo pensaba que era una vida normal: comía, me divertía, salía de casa y seguía mi vida como si nada, engañándoles a los demás y, sobre todo, engañándome a mí misma.

A pesar de sentir alivio al encontrar este método para mantenerme en los huesos, seguía cargando con el mismo vacío interno de siempre. Con los meses, me di cuenta de lo tonta que estaba siendo. No podía seguir jugando con mi cuerpo. Una parte de mí sabía que algo iba mal y tenía que acabar con ello. Por una vez, hice lo correcto: pedir ayuda. Costó reconocer que la necesitaba, pero lo hice y no me arrepiento por nada del mundo.


Estoy mejor, pero el camino para llegar hasta aquí ha sido durísimo. He perdido a muchos amigos por el camino: no les entraba en la cabeza la situación por la que estaba pasando y, simplemente, me dieron la espalda. Otros, en cambio, han permanecido a mi lado en todo momento. Gracias a la ayuda recibida, ahora soy más fuerte y puedo decirlo bien alto".

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