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Quererse mal

  • Foto del escritor: María G. Escrig
    María G. Escrig
  • 10 jun 2018
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 7 sept 2020


Otra arcada más. Esta, en concreto, era intensa. Y, a la vez, silenciosa. Pero nada. Ni un solo resto de comida, ninguna pizquita de vómito. Ya había descargado todo lo que su esófago había sido capaz de soportar. Ese ardor tardaría en saciarse. ¿Cuánto tiempo hacía desde que había comido? Veinte minutos, tal vez. ¿Y ya lo había digerido todo? ¿Los nutrientes ya estaban corriendo por sus venas? Y, lo más importante, ¿las calorías ya estaban amontonándose en forma de grasa?


Tenía que seguir. Ya que había empezado, tenía que terminar y expulsar absolutamente todo. Los dedos índice y corazón lideraban el proceso. Cubiertos de saliva, llegaban hasta el final de la garganta, una y otra vez. Pero nada. Ni las cuatro onzas de chocolate, ni los dos puñados de Pringgles, ni el trocito de garrote de crema, ni siquiera las patatas bravas. Nada de nada. Todo seguía dentro y se resistía a salir. Qué rabia. ¿Para esto se metía los dedos? Tan solo una parte de la ensalada con melva estaba hecha puré en el retrete. Justamente lo más sano. ¿Por qué? ¿Quién dijo que el cuerpo es listo? Solo para lo que quiere.


mgescrig.



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